HABITAR UNA LENGUA
por ANTONIO MIRANDA
Mi relación con la lengua y la cultura hispánicas viene de la juventud
y subrayó toda mi existencia, moldeó también mi carácter y, sin exageración, influyó en mi formación estética. A los 22 años, ya versado en temas culturales exponenciales al final de los años 50 e inicios de los años 60 del siglo XX — integración de las arte, poesía concreta, cinema-novo brasileño y bossa nova, existencialismo, rock´n´roll y nouvelle vague, marxismo y anarquismo, semiótica y MPB… — gané un concurso del MAM – Museu de Arte Moderna do Rio de Janeiro / Embajada de Argentina y pasé el año de 1963 en Buenos Aires y en otras ciudades del país hermano. Pero ya leía en lengua castellana y hasta hablaba la lengua por convivir con un preceptor cultural que tuvo mucha influencia en mi formación cultural — el artista plástico chileno Roland Grau.
Pero fue durante mi exilio voluntario en Venezuela (1966-1973), donde estudié Bibliotecología e inicié el posgrado en Filosofía, cuando tuve la oportunidad de profundizar en el estudio de la lengua y de leer los autores clásicos y modernos. De Cervantes a Góngora, de Quevedo a Valle-Inclán, con el descubrimiento de Esperpentismo. Y la antipoesía de Nicanor Parra, en la contemporaneidad anárquica y contestaria. Era la época del “realismo mágico” en la literatura y de la poesía de protesta en las universidades, resonancias del movimiento de 1968, que cambió costumbres y estableció nuevos valores sociales. Fue cuando asumí el español como forma de expresión, en la poesía y en los escritos críticos, culminando con el espectáculo Tu País está Feliz, con mis poemas líricos y políticos, con música del gallego-venezolano Xulio Formoso y el director argentino Carlos Giménez, dando lugar a los grupos teatrales Rajatabla, de Venezuela , y Cuatro Tablas, del Perú.
Escribí otras piezas y poemas en lengua castellana, como expresión vivencial, participativa. Anduve por casi todos los países de la América española, di clases en Puerto Rico, en España, en Uruguay, en muchos países desde entonces, pero continué escribiendo en la lengua por haber dejado el hábitat, el ambiente, la circunstancia…
Hoy soy lector y mis textos son traducidos por mucha gente competente, como Elga Pérez-Laborde, Aurora Cuevas-Cerveró y Jorge Ariel Madrazo.
Concluyendo, debería listar algunas de las grandes celebridades de las artes y de la literatura que conocí y con las que conviví, pero cometería injusticia al citar apenas a algunas. Señalo, sin embargo, la figura extraordinaria de Manuel Mujica Láinez, el novelista y cronista de Buenos Aires, autor de la extraordinaria obra Bomarzo, que recibió los mejores premios y reconocimientos — entre ellas la adaptación de la obra para ópera por el genial Alberto Ginastera. Mujica (Manucho para los más íntimos) fue uno de mis mejores amigos en la juventud, desde Rio de Janeiro, donde nos conocimos, pasando por Buenos Aires, donde fue mi anfitrión y guía cultural, y, en años siguientes, por correspondencia, hasta que yo lo transformaría en la figura central de mi libro Manucho e o Labirinto (São Paulo: Global Editora, 20010. El libro dialoga con él, con los personajes de sus libros y la lengua española fue el territorio que habitamos en nuestro diálogo y profundización de nuestra amistad.
Lengua es fundamentalmente una forma de expresión y comunicación, y la Lengua Española tiene historia y base cultural para ampliar nuestros horizontes y, en buena hora, se hizo obligatoria en la enseñanza fundamental en Brasil, para garantizar el diálogo y nuestra inserción en el continente en que vivimos. Así es para mí y debería ser para todos.
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Texto orginalmente publicado no livro “La poesía está en el viento – Proyecto Cometa Literaria”, publicado pela Embajada de España en Brasil, em 2013.
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